"Alas en concierto"

20 de agosto de 2003. Teatro ND/Ateneo.

 

Resulta difícil retornar de un lugar del que nunca se partió. Se puede partir físicamente de un lugar, pero espiritual o sentimentalmente es bastante más complicado, porque la memoria siempre deja una hendija por donde las vivencias se cuelan para recordarnos el camino que recorrimos hasta llegar al presente. En la música, esas vivencias intangibles generadas por la arquitectura de los sonidos hace que el pasado esté constantemente presente en nuestro presente. Cuando el 20 de agosto en el ND/Ateneo, Alas terminó de tocar Aire, el primer tema del primer concierto en Argentina después de veintiséis años de pausa, la larga ovación del público y los rostros de felicidad de los músicos confirmaron que son mucho más fuertes esas vivencias musicales compartidas que el tiempo transcurrido desde la última presentación del grupo entre nosotros. Había expectativa por saber cómo sonaba este Alas 2003, en versión reducidamente ampliada. A la formación original de Moretto, Zucker y Riganti se sumaron Martín Moretto en guitarra y, en esta oportunidad en remplazo de Hugo del Curto, Néstor Marconi en bandoneón. El lugar de los teclados eléctricos fue suplantado por un piano de cola y la inmensa batería de otros tiempos fue reducida a su mínima expresión y permitió el lucimiento sonoro de ollas, cacerolas, budineras y pantallas de lámparas. Alas fue en su momento la expresión musical del Buenos Aires de los setenta, así como Piazzolla representó su sonido en los sesenta. El Alas de 2003 representa a la música de esta ciudad igual a la de los setenta, pero distinta. Despojada de toda parafernalia eléctrica utilizada en su momento por una cuestión de contemporaneidad, la música de Alas exhibe su riqueza compositiva y de matices, basada en un profundo trabajo contrapuntístico, armónico y tímbrico, lo que la ubica como una expresión de vanguardia  (que ya poseía en su momento) que la catapulta desde estos primeros pasos del siglo, como una de las expresiones musicales más representativas de la música del Buenos Aires actual. Esto se nota tanto en los clásicos del grupo (Buenos Aires sólo es piedra, Pinta tu aldea, La caza del mosquito, Silencio de aguas profundas, con una soberbia labor de Pedro Aznar en bajo), como en los nuevos temas: el conmovedor Mímame bandoneón, 2001 y Somos lo que somos, una pintura musical de los sucesos que ocurrieron en nuestro país, cuya expresión quedó sintetizada en el “cacerolazo”. Gustavo Moretto exhibe un total dominio del piano y controla desde su posición que la música fluya expresivamente, Alex Zucker se erige como una sólida pared sobre la cual el grupo se apoya rítmica y armónicamente, Carlos Riganti exhibe una ductilidad notable para la difícil tarea de sacar expresiones musicales de los tan disímiles elementos que conforman su batería, Martín Moretto se transforma con su guitarra en una pieza clave para el armado melódico y armónico del sonido de Alas 2003, y Néstor Marconi le da coloratura, fuerza y expresividad a sus intervenciones con el bandoneón, como ya nos tiene acostumbrados. La participación de Pedro Aznar con su reconocida musicalidad, sirvió para redondear un concierto memorable y que nos devolvió una de las expresiones más maduras que dio la música de los años setenta.

La música de Alas nunca partió de Buenos Aires. Ocurrió que, como la ciudad y sus habitantes, maduró en silencio al ritmo del tráfico, las autopistas, las catástrofes económicas y de las otras, la globalización... Es la misma ciudad hecha piedra pero, como sus habitantes, sigue aquí, porque nuestras vivencias, sobre todo las musicales de aquellos que tuvimos la suerte de compartirlas con Alas, nunca partieron. Y, como decíamos al principio, resulta difícil retornar de un lugar del que nunca se partió. 

Carlos Salatino